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Parte 1: ¿Amigo o Enemigo?[]

 Pasaron cuarenta días exactos desde la última vez que había hablado. Tal como Carlos había prometido, su gente estuvo protegiéndonos durante treinta días exactos, hasta que Carlos y su camioneta volvieron y se llevaron exactamente la mitad de todo lo que teníamos, y como no habíamos podido recolectar demasiadas provisiones durante ese tiempo, ahora solo nos quedaban suministros para un mes, y racionándolo. Como habíamos tenido tan “pocas” cosas, Carlos estos treinta días no nos había prometido protección, y se notaba. Los mordedores venían en más cantidad y mayor cantidad de esas cosas se amontonaban en la reja, aunque nunca pudieron doblarla aunque sea un poco. Durante este tiempo, Clarissa había aprendido tanto de como matar, aniquilar y despedazar como toda una experta, y aunque yo también había mejorado mucho, estaba a mi altura. Me volví bastante amigo de Nico, que aunque decía malas palabras en cada oración que pronunciaba, era gracioso y aunque trataba de ser lo más serio posible, era inmaduro y bueno al mismo tiempo. Manu, que (según me contó Martín) había sido una persona “cara de piedra” desde que había llegado, empezó a abrirse ante todos, sonriendo o hasta algunas veces riendo, pero no mucho. Empecé a tratar a Valentín algo así como a mi hermano mayor, aunque nunca había tenido uno. El empezó a hacer lo mismo, ayudándome en lo que podía y llevándome con él a cualquier misión que hubiese. Leandro ya caminaba a la perfección y muy pocas palabras no se le entendían, y siempre estaba feliz, riéndose, inocente. Mi oreja ya había mejorado, iba a tener esa oreja sin un pedazo para toda la vida, pero escuchaba (aunque no perfectamente).Los días cada vez empezaban a ser mas de rutina, hacía siempre lo mismo, siempre al mismo tiempo, y siempre los mismos días. No es que me estuviese quejando porque mi vida no corriese peligro a cada segundo, pero era demasiado… aburrido, como si nada malo estuviese pasando y lo único raro fuese que los impuestos son más caros y siempre hay un incesante gemido de fondo, que por cierto, de broma Nico una vez les grito a los mordedores “¿por qué gimen tanto?, ¿eh?, ¿es que están en una orgía?”, todos nos echamos a reír por eso. También, para correr menos riesgo de muertes catastróficas, (si, acabo de decir catastróficas), entre las rejas de hierro que estaban cerca de nuestro edificio, pusimos grandes tablas de madera afiladas que encontramos un día de expedición, cuando encontramos a unas cinco calles del otro lado del barrio que había una maderera, que estaba llena hasta el alto techo de madera.

Pero ese día, justamente en el día cuarenta después de la última vez que había contado algo sobre esto, iba a ser uno de los días más “entretenidos” de todos, ese día íbamos a saber por fin donde se escondían Carlos y su grupo. Diez días atrás, cuando Carlos vino con su grupo a sacarnos la mitad de todo lo que teníamos, escuché que uno de sus hombres pregunto, casi como si fuese algo casual “¿luego vamos al CEDEC?”, al segundo que ese hombre le pregunto eso a Carlos, este lo miró con una expresión que podría haber matado directamente al preguntón. Le pegó fuertemente en la nuca, y le hizo una señal para que se callara. Cuando Carlos y su grupo se fueron, le comenté a Martín lo que había escuchado, y también lo que era el CEDEC. El CEDEC era una gran construcción, rodeada de un gran parque y unos grandes muros. Antes se usaba como Centro Deportivo y Cultural, de ahí viene CEDEC, pero si uno lo piensa, es un buen refugio. Por suerte ese lugar no estaba muy lejos, lo único que había que hacer era seguir la avenida que estaba al lado del barrio, unas quince calles hasta que directamente terminaba en el CEDEC. El plan era ir hasta la décima calle por la avenida, y después adentrarse por las calles interiores. Nosotros no planeábamos intervenir absolutamente en nada, solo íbamos a verificar que el grupo realmente estuviese ahí, y nos iríamos rápidamente. A la misión íbamos a ir Valentín, Manu, Ramiro, Jeremías y yo. Nico empezó a protestar porque él también quería ir, pero un rotundo “¡NO!” de Martín bastó para que cerrara la boca. Yo por lo menos entendía porque no podía ir, él no era bueno para todo lo “tranquilo” era una persona más de acción y más “explosiva”, y no se podía confiar en el para esta clase de cosas. Yo también casi no voy, pero era el único que conocía bien la zona, por dentro y por fuera. Estaba muy emocionado, me levanté temprano, más de lo que debería, me prepare rápido, más de lo que debería, y salí listo para irme algo así como una hora temprano, pero no me importaba, iba a esperar.

Pasaron lo que seguramente fueron dos horas cuando ya todos los que íbamos a ir estábamos arriba de la camioneta. Salimos disparados por el portón del barrio, que en ese momento estaba rodeado por mordedores, ya que era corredizo y no era de barrotes sino de una gran placa de hierro, era el único lugar donde los mordedores podían amontonarse, ya se nos ocurriría algo para ese problema. Llegamos a la avenida, y Valentín debió haber puesto quinta en la caja de cambio, porque empezó a ir tan rápido que casi todos los que estábamos en la parte de carga nos caemos, aunque logramos aferrarnos a algo a tiempo. Cuando faltaban unas cinco cuadras, Valentín empezó a frenar, y al mismo tiempo, le grité que se metiera por las calles de adentro, él lo hizo, andamos unas dos cuadras más en la camioneta y paramos, tendríamos que caminar desde ahí. Cuando bajábamos, una cálida bienvenida de quince mordedores nos estaban ya esperando cerca, empezaron a acercarse lentamente con sus pasos trastabillados, y todos nos preparamos para pelear, no podíamos hacer mucho ruido, así que no podíamos usar armas de fuego. Saqué las cuchillas de las fundas, las encastré entre mis dedos, y le atravesé el cráneo a un mordedor. Casi como si ese hubiese sido el detonante, el resto de nosotros empezó a matar y el resto de los mordedores empezó a moverse más rápido, aunque nunca iban a ser tan rápidos como un ser humano vivo. Manu sacó su arco y flecha, y empezó a “disparar” tan rápido y certero como alguien podría. Si lo pensábamos en calculo, eran tres mordedores cada uno los que tenía que matar, pero Manu seguro mato a más de la mitad. Terminamos más rápido de lo que esperaba.

Fuimos caminando por las calles de San Fernando hasta llegar al CEDEC, que aunque faltaban solo tres calles, el camino se hacía largo y más largo cada vez que otro mordedor aparecía, y yo siendo un idiota que lo extrañaba. Llegamos a la esquina anterior al CEDEC y tratamos de no hacer ruido, lo que era fácil por todos los gemidos. Llegamos a la esquina del CEDEC, pero de la calle interior, por eso no podían vernos a simple vista. Valentín asomó la cabeza por la esquina, y la volvió a meter en menos de un segundo, dijo en un tono de voz muy bajo “hay una torre y un francotirador en ella”. Cierto, las torres, como en los años antes de que todo se fuese a la mierda, los robos se habían incrementado mucho, la municipalidad había decidido rodear todo con un muro y puestos de vigilancia el CEDEC, ese lugar enserio era un fuerte. Sabíamos que estaban ahí sabíamos por fin la ubicación del grupo de Carlos, y sin hacer el menor ruido, salimos disparados de vuelta a la camioneta, cruzamos la primer calle de vuelta a la camioneta, y cuando llegamos a la esquina de la segunda calle, Jeremías cayó en el suelo de repente, sin ningún ruido de aviso, tratamos de ver todos de donde vino y que fue lo que causó que se callera, Valentín fue rápidamente hacia él, pero no se movía. En menos de un minuto, Manu también cayó al suelo, y sin ningún ruido, otra vez. Casi al mismo tiempo, Ramiro cayó también al suelo, como un peso muerto. Con Valentín compartimos una mirada rápida, y con gran fuerza me gritó “¡corre!”, reaccioné rápido y empecé a correr con todas mis fuerzas, con Valentín pisándome los talones. Estábamos uno al lado del otro, cuando Valentín también cayó y quedaba inerte en el piso. Me frené cuando lo vi caer, no podía ser el único en volver, no podía. Trate de levantarlo, y ahí pude ver, en el costado de su pierna, tenía algo clavado… era un dardo. Hay lo comprendí todo, eran dardos tranquilizadores, depende con la fuerza que se hagan pueden dormir hasta a un elefante. Pero no tuve más tiempo para pensar, cuando quise hacer cualquier otra cosa, sentí como la aguja del dardo se me clavaba en la pierna, y caí de rodillas al suelo, y me estampé contra el caliente asfalto.

Me desperté con un fuerte dolor de cabeza, estaba acostado en un piso de cerámica, me levanté, y vi donde estaba. Era un lugar que ya conocía desde antes, eran los vestuarios del CEDEC. Acostados en el piso, al lado mío, estaban mis cuatro compañeros, aún sin despertar. La cabeza se me estaba partiendo a la mitad, pero logré sentarme en uno de los bancos que había en el vestuario. Vi que alguien de mis compañeros se estaba moviendo, era Manu. Se levantó de la misma forma que yo lo hice, tan lento como puede ser posible. Se sentó al lado mío, y me preguntó con una voz ronca:

-¿Hace cuánto que estas despierto?

-Hace menos de diez minutos- le respondí, sorprendido al darme cuenta que yo también tenía la voz ronca.

-¿Vos también sentís que se te está partiendo la cabeza en dos?- me preguntó con una voz muy pesarosa

- Si

-Malditos dardos tranquilizadores, nos agarraron por sorpresa.

-¿Sabías que eran dardos?-le pregunté con un tono de acusación, o mejor dicho, el mejor tono de acusación que mi voz podía hacer en ese momento.

-Lo supe cuando pude ver a Jeremías, pero no tuve tiempo para decírselos, nos dispararon demasiado rápido.

-Está bien. Eu, ¿porque el resto no se despierta?

-Depende el organismo de cada persona es que los tranquilizadores surten diferentes tiempos de efectos, parece que nosotros dos somos los más fuertes en este sentido.

-Bien, ahora hay que esperar que los otros se despierten…

Había un reloj en la pared del vestuario, según ese reloj eran las diez, aunque como los vestuarios eran subterráneos no se podía ver si eran de día o de noche, y en realidad tampoco sabíamos si estaba bien el reloj, pero la aguja de los minutos se movía bien. Pasó una media hora cuando todos ya estábamos despiertos. Estábamos tocos callados, esperando, aunque no sé qué estábamos esperando. Cuando todos estábamos lo suficientemente estables para escapar, ideamos un plan para salir. Teníamos que hacerlo rápido, pero seguro era posible. Teníamos que salir por el vestuario, recorrer un corto pasillo que llevaba hasta las escaleras que nos llevaban al primer piso, ahí teníamos que pasar por una cancha de básquet, salir por la puerta, cruzar un corto camino exterior, y ya salíamos. Era complicado, y con nada de armas era peor, pero teníamos que intentarlo, no podíamos quedarnos ahí para siempre. Agarramos uno de los bancos entre los cinco, y nos posicionamos en frente de la puerta, para romperla entre los cinco. Tomamos impulso entre nosotros, y fuimos con todas las pocas fuerzas que nos quedaban y rompimos la puerta tan fácilmente que con el envión que habíamos tomado, el banco se estrelló contra la pared que estaba en frente de la puerta y se partió. Todos dejamos el banco que ya estaba roto en el piso y nos preparamos para lo que venía. El lugar estaba muy silencioso, demasiado silencioso. Desde ahí ya se podía distinguir que era de día, lo que quería decir que podríamos habernos dormido unas seis horas… o todo un día. Caminamos rápidamente hacia la escalera donde fuimos subiendo escalón por escalón. La escalera daba directamente a la cancha de básquet, estaba justo entre medio de las gradas para ser precisos. Salimos de la zona subterránea hacia la cancha de básquet y corrimos disparados a la puerta que daba al exterior. Con una voz potente pero desconocida, escuchamos a nuestras espaldas “Si no quieren desmallarse otro día más, y tener un muy fuerte dolor de cabeza, yo les recomendaría que no hagan eso.” Al escuchar esa voz casi todos dimos vuelta nuestras cabezas para ver quién era el que nos estaba hablando. Un hombre completamente desconocido, con unas quince personas alrededor suyo, todas apuntándonos con unos rifles que seguro era con lo que disparaban los dardos, estaban en la parte más alta de las gradas, viéndonos atentamente, con aire de superioridad.

-Ahora, por favor- dijo el hombre que parecía ser el que estaba encargado de esas quince personas- si cooperan y no hacen nada de lo que luego sus vidas puedan arrepentirse, prometemos no hacerles nada y al final devolverles sus armas.

-¿Y cómo podemos confiar en que no nos harán nada?- le gritó Valentín al hombre, con tono furioso.

-Mira, pase lo que pase, los que van a perder acá son ustedes, no importa lo que hagan, aunque lo de la puerta fue bastante impresionante si me lo permiten, eso no es lo suficiente para evitar quince dardos tranquilizadores lanzados con perfecta precisión a aire comprimido, pero si quieres que esto sea de verdad, por mí bien. ¡Gente!- gritó dirigiéndose a las personas que tenía a sus costados- por favor, juren para estas personas. ¿¡Juran no hacerles daño en ningún momento de su estadía acá!?

-¡Lo juramos!- gritaron las quince personas casi al unísono.

-Bien, ¿eso es suficiente?- pregunto el hombre.

Refunfuñando, Valentín asintió con la cabeza

-¡Bien!, ahora que estamos bien, déjenme decirles que durante el tiempo que pase hasta que Carlos venga a buscarlos, no vamos a realmente hacerles nada.

-¿Carlos? ¿Para qué querría rescatarnos a nosotros ese pedazo de mierda?- preguntó Valentín realmente enfadado

-Sé que es un poco idiota, pero no es forma de llamar así a tu líder.

-¿Líder? Perdona, pero tienes a los cinco tipos equivocados

-No les creo ni una palabra, no puede haber otro grupo, no podríamos no habernos enterado.

-Es verdad, sé que es difícil de creer, pero así es. Llegamos a esta zona hace menos de seis meses, si no me fallan los cálculos- respondió Valentín, algo indeciso de haber dicho tanta información.

-Bien, si no son de Carlos, quiero por favor que nos lleven a su lugar, si lo hacen, les devolveremos sus armas, y no los atacaremos. Si no quieren hacerlo, se quedarán acá hasta que yo lo decida.

Lo pensamos un momento, pero al final todos le asentimos al hombre, y accedimos a llevarlos.

No iban muchos con nosotros, solo iban tres, y uno de esos era el líder, que por cierto, luego se presentó ante nosotros. Su nombre era Axel, y fue sincero al contarnos su historia. Estaba en el CEDEC con su grupo desde hace un año, y Carlos y su grupo (que los llamó Los Matadores) estaban desde antes, y nos contó que ellos se ubicaban en la cancha del Club Atlético de Tigre, a unos tres kilómetros de donde estábamos nosotros. Nos comentó también que toda su familia había muerto, excepto por su hijo de diecisiete años Iván, que era uno de los chicos que nos estaban apuntando con los dardos, aunque por la descripción no pude acordarme de él. Nos dijo también que nos estaba contando todo esto porque nos necesitaba, porque quería que junto a él venciéramos a Los Matadores. Creo que esto era un poco complicado, porque aunque fuésemos dos, iba a ser difícil. “Pero ahora no es tiempo de hablar de eso” dijo él, y era cierto, lo que nosotros mas queríamos hacer era llegar y descansar. Llegamos al portón del barrio, y cuando Martí nos vio, a nosotros encima de la camioneta que era desconocida, abrió el portón con un enorme entusiasmo. Bajamos de la camioneta, y mi familia estaba afuera. Abracé a los tres con mucho cariño y fuerza, y lo mismo hice con Clarissa con un beso que las chicas dirían “apasionado”.  Axel se presentó con toda formalidad en frente de Martín, y el parecía estar algo en shock, ni siquiera reaccionó a hacer algo como apuntarle con un arma. Le dijo lo mismo que a nosotros, y luego miro hacia el portón, donde como siempre estaba lleno de mordedores, y pregunto de forma casual “¿muchos caminantes?”, a esto Martín respondió con un torpe asentimiento de cabeza, y al final Axel respondió “ya nos encargaremos de eso”. Se subió a su camioneta y salió disparado hacia las calles, mientras Theo cerraba el portón justo detrás.

Yo sin darme cuenta seguía abrazado a Clarissa, y mientras veía como Valentín y Martín hablaba, escuche que Clarissa me preguntaba

-¿Quiénes son ellos?

-Son nuestra salvación- respondí con una media sonrisa. 

Parte 2: Ayudarse Entre Todos []

Estaba muy cansado, y tenía demasiadas cosas que procesar, sin darme cuenta casi me desmallaba en los brazos de Clarissa, y no quería hacer eso, sería parecer demasiado débil. Le dije a mi familia que me iba a ir a acostar, y que nos veíamos luego. Entré al edificio y subí las escaleras como si las piernas me pesaran una tonelada cada una. Llegué a mi departamento, entre a mi habitación y me desplomé contra mi cama, ni siquiera me moleste en sacarme las zapatillas llenas de tierra y sangre, me dormí al instante.

     Me desperté con un fuerte dolor de cabeza, otra vez. Aunque por lo menos no era como el dolor que me había dado el dardo tranquilizante, este por suerte no era tan malo, aunque sentía como me palpitaba cada parte de la cabeza, como si fuese a explotar. Me levante de la cama algo mareado, di unos pocos pasos perezosos hasta la puerta de mi habitación, la abrí, y cuando trate de caminar, no pude al ver el horror que estaba plasmado en el piso. Mi madre, mi propia madre, muerta. Estaba tirada en el piso como un saco de huesos, con la cicatriz de un tiro en la cabeza y partes de su ropa desgarrada. No podía creer lo que estaba viendo, traté de no llorar e hice una gran zancada con las piernas para sobrepasarla. Abrí la puerta de la habitación de mi mama y Martín, y como si pudiese ser posible, era peor de lo que creía. Frente a mí, en su cama estaba ya el cuerpo inanimado de Martín, y comiendo sus entrañas ensangrentadas, Valentín, disfrutando de todo un festín. El que antes era Valentín levantó la mirada hacia mí y emitió un gemido, y con el paso más perezoso del mundo, se levantó de forma recta, y empezó a caminar hacia mí trastabillando. Antes de que pudiera acercarse mucho hacia mí, cerré la puerta de un portazo.  No pensaba matarlo, o re-matarlo, era mi hermano, no podía hacerlo. Volví a mi habitación a buscar las manoplas-cuchillas, no moví el cuerpo de mi madre y no pensaba hacerlo. Busqué por todo mi departamento a mis hermanos, pero no estaban por ninguna parte. Mire por la ventana de mi comedor, y lo peor todavía no lo había visto. Estaban todos muertos. Vi que afuera, en el patio interno de los edificios, que muchos de mis amigos, muchos de mi grupo, estaban muertos, caminando torpemente, buscando algo que comer. No pude reprimirlo, las lágrimas empezaron a caer de mi rostro al piso, mojándolo con pequeñas gotas. No podía soportarlo, no entendía nada, ni como paso, ni porque mierda yo seguía vivo, así que hice lo que tenía que hacer para no sufrir más. Les ahorre trabajo a los mordedores que antes eran mis amigos, agarré el revolver que Martín tenía atrás de la puerta de entrada al departamento que aunque era para emergencias, esto era una emergencia para mí. Me fije si tenía balas, tenía una sola, la cantidad necesaria. Empecé a sollozar, y sentí como el dolor de cabeza aumentaba, mientras también sentía como mis mejillas se humedecían. Puse el cañón del revolver adentro de mi boca, sentí el frio metal entre los dientes, hice el último esfuerzo que tendría que en la vida, y apreté el gatillo…

Me desperté sobresaltado, levantando medio cuerpo como si hubiese sido una clase de espasmo, todo sudado y con las manos arraigadas a mis sabanas. Me levanté de la cama y Valentín no estaba en su cama, miré el reloj, eran las siete de la mañana. Me vestí con una remera naranja, un pantalón negro y unas zapatillas deportivas, guardé las cuchillas en mis bolsillos y al instante salí disparado a la puerta. La abrí, y no había completamente nada. Fui a la habitación de mi mama, durmiendo plácidamente, como si lo que acababa de vivir yo no hubiese nunca existido, y ese era el punto, todo lo que había pasado fue un maldito sueño. Largué un gran suspiro de alivio y fui hasta la habitación de mis hermanos, también estaban bien. Supuse que Valentín y Martín estaban afuera, haciendo cualquier cosa importante que tuviese que hacerse. Nadie sabía que estaba despierto, y seguro me habrían dejado dormir hasta tarde por lo del día anterior, así que me tomé mi tiempo para desayunar, y apreciar la poca tranquilidad que un momento podía dar en esos días.

Salí de mi casa y baje por las escaleras hacia la planta baja, mientras iba bajando escuchaba los ruidos de la mañana, la gente trabajando con los cultivos, otra matando a los mordedores que quedaban atascados en los troncos, otra hablando, otra riendo, y detrás de todo eso, el amanecer recién saliendo. Desde que habíamos llegado a Infico, habían pasado alrededor de tres meses, y aunque cuando habíamos llegado hacía mucho frío, ahora estábamos en época de primavera, y sacando las partes de la matanza, sangre, descuartizamiento y armas, era completamente hermoso. Era una época perfecta para el cultivo de plantas, y lo estábamos aprovechando al máximo. Tendríamos un “campo” de uno veinte metros cuadrados, todo recubierto de diferentes vegetales, más de las que podría nombrar. Salí afuera y me deslumbró un poco el fuerte rayo de sol de la mañana, me tapé los ojos y fui a buscar a Valentín o a Martín, ellos me dirían que trabajo tenía que hacer. Encontré a Martín sentado en una caja frente a los cultivos, estaba muy concentrado en un cuadernillo, anotando lo que parecían números, cálculos. Traté de hablarle pero antes de que pudiera esbozar una letra me dio una señal de que lo esperara un minuto. Le hice caso, no quería saber qué pasaría si lo sacaba de ese trance matemático. Susurraba números, como todo un loco, y estaba metido tanto en el cuadernillo que prácticamente su cuerpo se quería encorvar dentro de él. Cuando terminó, tomó un gran suspiro y destensó el cuerpo, con una expresión de complacido en el rostro.

-Esto es una panificación de los recursos que tenemos, de lo que necesitamos, de cómo lo vamos a racionar y que vamos a hacer cuando vengan Los Matadores- me dijo mirándome tranquilamente, cuando yo ni siquiera le había preguntado por ello.

-Hablando de eso… ¿porque no nos enfrentamos a Los Matadores? – Le dije a Martín con un tono dubitativo- Ahora estamos con el otro grupo, del CEDEC, parece buena gente, podemos atacar y tal vez ganemos…

-Todo a su tiempo- me dijo con ese tono pacífico que estaba empezando a irritarme- no necesitamos un “tal vez”, necesitamos un “seguro”.

Y él tenía razón, si teníamos que atacar tendría que ser en un momento seguro. Se levantó de la caja, y se fue caminando con el cuadernillo hacia adentro del edificio, antes de que pudiera preguntarle que tenía que hacer. Busqué a Valentín, y lo encontré rápido, matando a algunos caminantes con las estacas. Habíamos mejorado ese trabajo, ahora solo había que romperles la cabeza a los que ya no se las habían incrustado con los grandes palos de madera, luego los sacábamos para que no quedara el horrendo olor dando vuelta, y aunque no fuese lo más limpio del mundo, no corrías peligro de muerte. Luego quemábamos los cuerpos en un lugar lejano, y volvíamos. Le pregunté a Valentín que tenía que hacer, y me ordenó que lo ayudara. Theo, Jeremías y Manu ya estaban ahí, pero había que hacerlo rápido. Agarré un fierro con una filosa punta y empecé a atravesar las cabezas entre las rejas. No era algo que requiera mucha concentración, por esa razón hablábamos mientras lo hacíamos, contábamos cosas de antes a que todo esto pasara. Por esa razón me enteré (por ejemplo) que Manu no siempre vivió en esta zona, antes vivía en Ushuaia, uno de los lugares más al sur y más fríos de toda América. Nos contó que a su padre lo habían transferido a un trabajo en esta zona, y cuando estaban llegando, todo empezó. Nadie quiso preguntarle que le había pasado a sus padres, porque todos lo suponían. Cuando habíamos terminado de matar a cada mordedor, y estábamos listos para salir y sacarlos, escuchamos ruidos de camionetas en el exterior del barrio, e imaginamos que eran Los Matadores. Nico abrió el portón, y resultó que la furgoneta Chevrolet y la furgoneta Ford Transit no eran de Los Matadores, eran de los del CEDEC, Una camioneta la estaba conduciendo Axel. Casi todo nuestro grupo se puso cerca de las furgonetas cuando estacionaron. Bajaron todos los que estaban en las furgonetas, eran seis. Axel estaba sonriente, como si fuésemos una mina de oro.

-¡Buen día Infico!- nos dijo a todos en general- nos gustaría hablar con su líder, si es que tienen uno. No se preocupen, esto no es nada malo, no venimos a matar a nadie que aun esté vivo.- al minuto, Martín apareció por la puerta del edificio, y se dirigió a Alex con la misma expresión pacífica que tenía cuando se fue.

-Buen día Axel, ¿Qué está pasando, con tanto alboroto?- Martín dijo esto con tanta tranquilidad que, de no ser por su gran cuerpo, parecería asustado.

Si uno miraba a Martín y Axel, eran unas torres. Eran hombres corpulentos, de los que parecen hechos de piedra. Los dos medían casi lo mismo, Axel le sacaría cinco centímetros a Martín, pero nada que se notara mucho.

-Queremos hacer una alianza.

-¿Una alianza? ¿En qué sentido?

-Una alianza para destruir a Los Matadores de una maldita vez por todas- dijo con un suave tono de enojo- chicos, saquen las cosas- le dijo a la gente que había traído con él. Ellos asintieron y abrieron las furgonetas. Empezaron a bajar provisiones en todos los sentidos. Armas, comida, objetos varios, combustibles, de todo.- Queremos una alianza, pero no los queremos obligar a nada.

-Querés destruir a Los Matadores, ¿y querés que te ayudemos?

-Exacto, pero no es necesario que peleen

-No entiendo lo que dices, ¿cómo podemos ayudarte sin pelear?

-Estas provisiones son la mitad de todo lo que tengo. La estuve escondiendo de Carlos y el resto para que no nos la quitaran, y ahora se las quiero dar a ustedes. ¿Para qué? es una estrategia. Nosotros en tres días vamos a atacar a Los Matadores, con o sin ustedes. Pero queremos que nos aseguren algo. Queremos que nos aseguren un lugar a donde ir.

-¿Un lugar a donde ir? Te refieres a venir acá, pero si el CEDEC es bueno, tiene ese mural del que me han hablado que…

-Si, ya lo sé, créeme, vivo ahí- dijo Axel en broma- pero si esto es una batalla, necesito un lugar de reserva. No sé cómo terminará esto. Si logramos vencer, todo estará bien, volveremos al CEDEC y ustedes se quedarán con esto. Pero si algo le llega a pasar al CEDEC, no queremos que nada le pase a nadie inocente, y ese es mi gran temor. Este es mi trato. Pase lo que pase, les dejo esto ahora, pero en tres días, necesito que me ayuden con mi gente. En total tenemos veinte mujeres y niños en total, y ellos no van a pelear. Si llegan a atacar el CEDEC, nosotros vamos a defenderlo, pero no queremos que les pase nada a ellos.

-Entiendo perfectamente lo que dices.- dijo Martín tranquilamente- No pelearemos, pero te ayudaremos en todo lo demás. En tres días, trae a tus inocentes, y si en la batalla atacan a tu lugar, y lo destruyen, pueden venir todos para acá, mis puertas están abiertas para ustedes. Pero tengo una pregunta, ¿Por qué confías tanto en nosotros? Somos unos desconocidos, podríamos solamente matarlos a ustedes seis y se acabaría todo.

-Confío en ustedes porque justamente, eres un hombre razonable, y sé que no harías lo que acabas de decir. No es que diga que somos mejores que ustedes, digo que vos tenés peores problemas que nosotros.

-Bien dicho.

-¿Es un trato entonces?- dijo Axel con una media sonrisa.

-Sí, es un trato.

Ambos líderes se estrecharon las manos y la gente de Axel bajó todo el cargamento de las furgonetas, luego salieron otra vez por el portón y Ramiro lo cerró.

Cargamos todo adentro, pero ahora íbamos a usar la misma técnica que ellos. La mitad de lo que ellos nos habían dado lo íbamos a dejar con el resto, la otra mitad la escondimos en otra parte.  Ahora solo había que esperar tres días, para ver qué pasaría...

Parte 3: Guerreros y Matadores. []

   Los tres días pasaron de la forma más lenta que algún día podría pasar. Había mucha tensión, acerca de cómo sería, y que pasaría ese día que nunca lograba llegar. Estábamos todos ocupados, eso tengo que admitirlo, teníamos que acomodar lo mejor posible los departamentos libres de los pisos que no usábamos del edificio, ya no había mordedores, pero estaban muy desordenados, ya que habíamos registrado todo de pies a cabeza al principio. Nos habían entregado muchas cosas, no podíamos recibirlos y decirles “van a dormir en el piso”.

Cuando el día por fin llegó, Alex con un camión mediano llegó a nuestro lugar a la primera hora de la mañana. Él se bajó, y detrás de él, bajaron exactamente veinte personas, ni más ni menos. Eran doce mujeres, de las cuales dos ya eran ancianas. Bajaron luego los ocho menores, y el mayor no llegaría a tener trece años. Alex nos agradeció como por cuarta vez, y se marchó solo, hacia algo que ninguno tenía idea sobre lo que pasaría. Tratamos con delicadeza a las veinte personas, no queríamos asustarlas ni nada parecido. Llevamos a todos hasta el tercer piso, excepto por las dos señoras mayores (que por cierto, se llamaban Ana y Juana), ellas dos no podían subir tantas escaleras, y una de nuestra gente, Estefanía, que también era bastante mayor, que vivía en Planta Baja, se ofreció amablemente una habitación de su casa. Ellas aceptaron agradecidas y se fueron con Estefanía. Las dieciocho personas restantes fueron llevadas por nosotros hasta el tercer piso, donde se dividieron en tres de los departamentos, nos agradecieron nuevamente, y nos pidieron si podíamos dejarlos acomodarse, nosotros aceptamos sin titubear y salimos por la puerta. Cuando bajamos Martín exhaló un gran suspiro y dijo “Bien… creo que ha salido bien”.

Si los tres días anteriores habían sido interminables, este había sido eterno. No teníamos nada con que comunicarnos con ellos, solo debíamos esperar. A media mañana, como por eso de las diez, se empezó a escuchar un tiroteo a la lejanía, y desde ahí el ambiente se empezó a tornar más y más tenso. Tratamos de mejorar el ánimo de las personas nuevas, pero parecían deprimidas, no tenían ni una pizca de mínima esperanza de que su grupo fuese a ganar, y eso deprimía bastante. Martín nos reunió a todos (menos a los nuevos) en el hall de entrada, y nos dijo que tenía un plan. Si llegaba la noche, y no habían llegado todavía, iríamos a ver qué pasaba,  a ayudar a rematar a los cuerpos o a rescatarlos, no importase qué. Por lastima, no quedé en el grupo que iba a ir, iban a ir Martín, Valentín, Nico, Ramiro, Jeremías, Esteban, Alex, Alec, Theo y Lucas. Pero tenía que quedarme atento en él barrio, con otras nueve personas, protegiendo todo.

Empezó a atardecer, y todavía no teníamos señal alguna de ellos. Martín empezó a cargar las cosas en el camión y todos los que iban empezaron a prepararse. Cuando la noche empezó a llegar, nada ocurría aún. Cómo Martín y Valentín eran del grupo que se marchaba, no tuvieron mejor idea que dejarme a cargo, y eso me puso aún más nervioso. Abrí y cerré el portón para que salga el camión, y vi cómo se alejaban por la lejanía de las calles.

Traté de tranquilizar a la gente por cada maldito minuto que pasaba, cenamos mientras los esperábamos, nos distraíamos con diferentes cosas… hasta que llegaron. Escuché el ruidoso caño de escape del camión, y fui corriendo hasta el portón, lo abrí y cerré de solo dos tirones y volví a correr hasta el camión. Martín y Valentín estaban adelante, me dijeron casi como un grito al unísono que fuese a ayudar a los de atrás. Mucha gente salió afuera para ver qué pasaba y mucha ayudó. Abrí las puertas de carga del camión y me quedé estupefacto por dos segundos. Casi todos estaban lastimados, y eran como unas cuarenta personas amontonadas unas contra otras. Empezaron a salir lentamente como si fuesen mordedores, pero sin los gemidos, aunque si cubiertos con algo de sangre… espero que no sea la de ellos mismos. Habían unas siete personas que no podían caminar por si solas, las ayudamos mientras entrábamos a el edificio. Ahí, Ailen y dos de las señoras que habían venido a la mañana estaban preparando todo en un departamento que habíamos designado como enfermería, no la habíamos estado usando mucho este último tiempo, por suerte la enfermedad más complicada que tuvo alguien durante la fuerte parte del invierno fue una gripe, y la peor lastimadura fue una cortada que no había sido hecha por un mordedor. Mientras empezábamos a revisar a la gente, descubrimos que en total eran cuarenta, y que de esas, solo doce tenían cosas muy leves, como raspones o moretones. Las otras tenían diferentes niveles de heridas, algunos varios raspones, otros tenían quebraduras al parecer, y otros estaban sangrando mucho. Pero lo que más me preocupaba, era que faltaba gente nuestra… Alec, Ramiro y Jeremías no estaban… cuando traté de preguntarle a Martín, el antes de que dijera algo me leyó la mente y me miró directamente a los ojos diciéndome “los que no volvieron, son los que ya están muertos” y lo dijo de una forma tan simple, que era cómo si no le diese importancia. De los del CEDEC, en total, según lo que nos dijo Axel, habían muerto veintidós, era un número demasiado grande. En la enfermería, sentado en una silla, estaba Nico, escupiendo en un tacho un poco de sangre, pero al mismo tiempo, estaba sonriendo, y lo peor era que yo ya no estaba sorprendido por eso, a él le encantaba la violencia, y despedazar gente muerta que tenía una increíble tenacidad de no querer morirse, aunque estuviese a punto de morir, siempre iba a estar sonriendo. Creo que otra de las razones por las que estaba sonriendo es que Camila estaba al lado suyo, llorándose hasta el alma, diciendo que nunca tendría que haber ido, pero él, mientras le goteaban finas gotas de sangre de los labios, le decía que no se preocupara tanto. Valentín había recibido un disparo en el brazo, pero que solo le había rozado, la bala no se le había metido en la carne, aunque igualmente, ya lo estaban vedando. Axel, Martín, Theo, Esteban, Alex, Lucas y seis del grupo del CEDEC eran los que estaban prácticamente bien. Iván, el hijo de Axel, tenía varios cortes, y varios de esas estaban sangrando bastante, Axel estaba justo al lado de él, mirando atentamente que hacía la chica que le estaba curando, como si fuese una prueba. Gracias a lo que teníamos, y a lo que nos habían traído, teníamos suficientes cosas para poder curar a todos, aunque luego no nos iba a quedar casi nada de todo lo que sería médico.

Después de tres horas, todo el mundo estaba atendido, algunos estaban acostados en las camas de la enfermería, otros estaban caminando vagamente por los pasillos, tratando de no desmallarse, y otros ya parecía que no les hubiese ocurrido nada. Era raro tener a tanta gente en movimiento, constantemente, como un ruido fluyendo desde la caída de una cascada. Antes éramos solo veintiocho personas, pero ahora con la nueva incorporación indefinida del grupo del CEDEC, éramos ochenta y un personas. Por suerte, el edificio alcanzaba completamente, eran treinta y seis casas, con que en algunas vivieran tres personas encajábamos perfectamente. Y aunque ahora la mayoría de las personas no estaban andando, era un poco estresante, eran más personas que proteger, y si yo estaba estresado, ni siquiera quería imaginarme que sentirían Martín y Axel.

  Ya eran la una de la madrugada cuando por fin todo se puso tranquilo, los pies estaban matándome de tanto correr y caminar por todo el edificio, ayudando a gente que tuviese alguna duda. Subí hasta el segundo piso siguiendo a Martín y a Valentín, entramos a nuestro departamento y cerramos la puerta, los tres completamente agotados. Mi mama se había quedado con mis hermanos, jugando con ellos y tratando de distraerlos del quilombo que rondaba por los pasillos. Entré a mi habitación, me cambié toda la ropa que estaba transpirada y sucia hasta en el último hilo de tela, y apenas apoyé mi cabeza sobre la almohada, me quedé dormido.

Estaba en medio del patio interno del barrio, solo parado ahí, sin nadie alrededor. El día parecía algo extraño, el cielo estaba de un tono negro-violáceo, como cuando esta por empezar una gran tormenta. Traté de caminar, para poder buscar a alguien, pero no podía. Miré hacia abajo y me di cuenta que mis pies no se podían despegar del suelo, y aunque traté de sacarme las zapatillas, eso tampoco funcionaba. Estaba todo en un completo silencio, no se escuchaban voces, ni algún pájaro cantando, ni tampoco algún gemido de mordedor en la lejanía.

     Sin ningún ruido de antemano, mi familia y Clarissa empezaron a salir del edificio en fila, como unos robots programados. Traté de gritarles, pero cuando traté de emitir algún sonido, nada salió de mi boca. Ellos estaban mirando hacia donde yo estaba, pero ni siquiera se inmutaban, estaban solo ahí parados, sin hacer nada en absoluto.

     Después de lo que para mí pareció una eternidad, aunque seguro habían sido menos de cinco minutos, empecé a escuchar los enfermizos gemidos. Una horda de veinte mordedores empezó a venir desde el otro lado del barrio, ya empezando a acercarse al patio donde yo estaba pegado en el medio. Traté de correr, de saltar, de hacer todo lo posible para moverme, pero nada pasaba. Empezaron a acercarse a mí, estaban a menos de diez metros de distancia y seguía sin poder dar un paso. Cuando llegaron a donde yo estaba, yo ya me estaba preparando para lo peor, pero cuando llegaron tan cerca de mí como para tocarme, no lo hicieron. Yo sentía sus alientos erizarme la piel, sentía su olor pudriéndome el olfato, pero ellos me traspasaron como si solo fuese una neblina. Ahí fue cuando me di cuenta que era solo un sueño.

     Al saber que era un sueño, ya estaba más relajado en algún sentido. Pero al mismo tiempo, lo que iba a pasar (y estaba seguro que eso iba a pasar) iba a ser horrendo. Los mordedores se estaban acercando a mi familia y a mi novia, Y ellos seguían ahí quietos. Empezaron a acercarse cada vez más, diez metros, ocho metros, seis metros, cinco metros, y lograron llegar hasta ellos.

     Casi en el mismo tiempo que los alcanzaron, mis seres queridos se “activaron” empezaron a tratar de escapar, de defenderse, pero era demasiado tarde. Entré la multitud de los muertos, no podía verlos, por suerte. Pero si escuchaba sus gritos, sus sollozos, su pena.

     Cuando los mordedores terminaron de hacer su trabajo, como si hubiese sido por arte de magia, desparecieron y con ellos todos sus aspectos. Pero los cuerpos de mi gente seguían ahí.

     Después de un momento, todos se levantaron otra vez, pero esta vez no eran ellos, no eran mi familia, no era mi novia, eran mordedores. Ya no mostraban expresión humana alguna y aunque habían sido mordidos hace menos de un minuto, sus cuerpos ya tenían el enfermizo olor. Me vieron, y al instante empezaron a acercarse hacia mí, y a pesar del hecho de que ya sabía que esto era solo un sueño, el miedo que yo tenía en ese momento para mí parecía bastante real. Traté de moverme por última vez, pero nada pasaba, mis pies estaban congelados en su lugar.

     Cuando los mordedores que antes quería estaban a menos de diez metros, aparecieron en mis bolsillos las manoplas-cuchillas, las dos metidas en sus fundas, si esto era un sueño, mi subconsciente estaba siendo una de las peores cosas que podrían haberme pasado. Saqué las cuchillas de las fundas y me las enganche entre los dedos, listo para todo, pero el problema era, que yo no había decidido hacer eso. Mi cuerpo se estaba moviendo solo, lo único que controlaba eran mis ojos, y eso no era una ventaja exactamente. Mis pies empezaron a moverse, pero no podía determinar su dirección, solo se movían hacia los mordedores, a paso acelerado y luego corriendo. Si mi cuerpo se iba a mover solo, no hacía falta que viese lo que se avecinaba, cerré los ojos y sentí como la violencia surgía de mis manos.

     Volví a abrir los ojos y estaba arrodillado en el piso, con las cuchillas tiradas a los costados y tratando de recuperar el aliento. Tenía todas las manos manchadas de sangre, y un poco la ropa también, con alguna que otra gota en la cara. Estaba temblando, en frente de mí estaban los cadáveres de mis seres queridos, tirados en el suelo sin moverse.

     Estaba cansado de este sueño, no quería estar más en él, no quería acordarme de nada de esto. Me recosté en la tierra del patio, mirando al cielo violáceo mientras trataba de despertar, nunca supe como despertarme de un sueño, siempre decían que había que pellizcarse pero eso no funcionaba. Así que solo cerré los ojos, y en un instante el sueño desapareció.

     Desperté en mi cama como todo un día normal, miré el reloj y eran las nueve de la mañana, tenía que despertarme más temprano, y aunque habían sido ocho horas las que había dormido, yo no sentía haber descansado nada en absoluto.  Mire hacia el reloj y eran las siete de la mañana, era impresionante como el tiempo pasaba tan rápido en los sueños. Antes de irme a dormir me había puesto un pantalón corto y una remera que estaba algo rota, no hacía mucho frío ya esos días. Pero lo que si seguía esos días era la “formalidad”,  así que me cambié con una remera azul y un pantalón corto de camuflaje, me até mis zapatillas y salí caminando por el pasillo de mi casa hacia la puerta, y cuando salí por la puerta recordé que nuestro grupo ya no era de solo veintiocho personas, ya no era todo tan pacifico. Ahora todos se movían de acá para allá, y aunque fuese de alguna forma lenta ya que, seguían siendo las siete de la mañana, era mucha gente que bajaba, gente que subía. Pero al mismo tiempo, era mejor, ya no parecía algo tan solitario. Mientras bajaba las escaleras, vi como mucha de mi gente estaba bajando rápido por las escaleras, y yo las dejaba pasar. Hasta que en un momento pasó Clarissa y la detuve con el brazo

-Eu, ¿Qué pasa?- le pregunté consternado

-¿Así que no te avisaron?- dijo ella como si todo fuese obvio- Martín y Axel van a hablar sobre cómo manejar el lugar y nadie se quiere perder eso, algunos porque quieren saber que va a pasar con todos nosotros, pero la verdad es, que solo es por chisme.

-¿Entonces solo quieres bajar para chismorrear?- le pregunté algo sorprendido

-Obviamente.-me dijo con tono de obviedad, me agarró del brazo y me bajó por las escaleras hasta el planta baja.

En la planta baja, estaban todos reunidos en el hall de entrada, sentados en filas de sillas o dispersados por el piso, mientras que Martín y Axel estaban en frente de todos sentados en una mesa, hablando como si fuese la hora del té. Con Clarissa nos sentamos en el piso, Al lado de la primera fila de sillas, sentados contra la pared. La gente estaba un poco revuelta, aunque sentada en su lugar. Casi todos estaban ahí, algunos no estaban porque seguían en la enfermería y otros porque no querían, pero la segunda opción era de muy pocas personas, menos a cinco.

Diez minutos después, Martín y Axel dejaron de mirarse entre sí y de hablarse. Los dos tenían un cuadernillo en la mesa frente a ellos, parece que todos los líderes tienen que tener algún lugar para anotarlo todo y no olvidarse nada. Llamaron la atención de la gente y en dos minutos la sala estaba tranquila en silencio, y todos los ojos estaban prestándoles atención a los dos líderes.

-Bien, creo que ya es momento de decirles cual es la decisión que hemos tomado- dijo Martín, seguro de sí mismo y demostrando eso con su voz.- a continuación Axel les dará los detalles.

-Empezando por lo primero. Para la gente que estuvo conmigo en el CEDEC, que no vamos a volver.- al decir eso, se hizo un silencio más profundo que el anterior, un silencio de incertidumbre.

-¿Y eso que quiere decir?- preguntó un chico al cual no le conocía el nombre, que no tendría más de treinta años.

-Quiere decir- continuó Axel- Que vamos a unificarnos como grupo. No vamos a ser “el grupo de Infico” y “el grupo del CEDEC”, solo seremos un grupo unido de ochenta y un fuertes personas juntas.

-¿Y por qué no volvemos al CEDEC?- preguntó una señora que tenía alrededor de cuarenta años, que era una de las veinte personas que había venido primero


-Esa es una muy buena pregunta, Micaela- dijo Axel en respuesta- el CEDEC quedó inutilizable, les daré más detalles después, en esta misma reunión, pero no ahora. Otra de las cosas que queremos hablarles es que, desde el día de hoy, Martín y yo vamos a ser los líderes. Nos van a respetar igualitariamente, ahora somos un grupo unido.-Nadie se quejó acerca del tema, pero se seguía notando esa molesta tensión en el aire.- También vamos a compartir todos los recursos, tanto los útiles médicos como los cultivos. Vamos a vivir todos en este edificio, los departamentos alcanzan y sobran, no tendrían que vivir más de tres personas en cada uno. Si hay alguna conducta o acción de alguno de los líderes con la que no se sientan a gusto o conformes, nos lo pueden decir, no vamos a matarlos por una crítica constructiva, tengan en mente que eso. Y finalmente, quiero contarles que es lo que pasó ayer allá afuera. El que no quiera saberlo, puede retirarse de este lugar cuando deseé, aunque algunos ya lo vivieron, pueden quedarse para ayudarme a contarlo.- Nadie dijo ni una sola palabra, ni tampoco movió siquiera un músculo, el silencio seguía ahí.- Bien, entonces, empecemos. 

Parte 4: Historia de un Guerrero []

  • Esta parte es enteramente relatada por Axel, lider del grupo del CEDEC

-“Cuando el grupo se despertó ese día… el aire estaba tan tenso, que con hacer un movimiento brusco, parecía que se fuese a cortar a la mitad, dejando un espacio sin nada. Todos madrugamos, cada persona estaba despierta cuando apenas eran las cinco de la madrugada. Lo primero que teníamos que hacer era traer hasta acá a la gente que no podía pelear, para no meterlos en una guerra que solo servirían de carnada o de estorbo. Cuando ya eran las nueve de la mañana, preparamos cada una de nuestras armas, fijamos nuestros vehículos cargados con el combustible suficiente para ir y volver desde donde estaban Los Matadores unas cuatro veces, aunque solo necesitaríamos una. Llevábamos con nosotros mucha protección, la mayoría tenía chalecos anti balas y unos tres cartuchos por cada persona, aunque llevásemos más en las camionetas. Hace tiempo habíamos encontrado una armería en las cercanías del puerto, a unos cinco kilómetros de donde estamos ahora, si se lo preguntan. Aunque ir hasta allá no serviría de nada, pelamos cada centímetro de ese lugar. Con nosotros llevábamos un hermoso y pesado RPG, ese sí que no lo habíamos encontrado en la armería, sino que un amigo mío, Fernando, trabajaba en el ejército y cuando todo empezó, digamos que fue algo inteligente. Solo necesitaríamos dos camionetas para ir las cincuenta y dos personas, pero llevamos las tres para tener más posibilidades. El plan era simple, y complicado al mismo tiempo, solo iba a funcionar si lo hacíamos bien. Salimos con las camionetas a toda velocidad a eso de las once y media, dejando completamente abandonado al CEDEC, la fortaleza que nos había cubierto las espaldas casi desde que había empezado toda esta mierda. Si uno lo piensa, para tenernos tan controlados a todos, la vivienda de Los Matadores está bastante lejos, a unos tres kilómetros, la cancha del Club Atlético de Tigre. Cuando llegamos a su zona, donde podrían escucharnos, paramos las camionetas en un lugar seguro, detrás de un paredón que nadie o podría haber visto a simple vista. Los mordedores estaban bastante activos, aunque se moviesen lento, eran constantes, había que tener cuidado de no perderle la vista por mucho tiempo. Estábamos a una cuadra del lugar, todos nos escondimos en un callejón entre dos edificios cortos, y aunque tuvimos que matar a algunos mordedores entrometidos, era un buen lugar. Estaba todo planeado en realidad, Alexis, una de las personas que más confío, conocía perfectamente esa zona, tanto que hasta sabía que en ese callejón había una escalera de emergencia que nos podía llevar directamente al techo del edificio. Fernando, que sabía perfectamente cómo manejar el RPG, subió con el bolso en donde estaba el arma a sus espaldas, de una forma sigilosa, tratando de no hacer ruido. Yo lo seguí desde pocos metros, para asegurarme de que nada le fuese a pasar, y en gran parte porque quería tener mejor vista de lo que podía hacer esa hermosura. Llegamos al techo, y casi agazapados nos escondimos contra uno de los tanques de agua del edificio, que tendría un metro sesenta de altura, contando los tres pilones de ladrillos que tenía de soporte, entrabamos perfectamente escondidos. La vista era impresionante, se podía ver todo desde ese punto. El Club tenía un aspecto terrible y escalofriante, porque aunque habían aprendido a usar a los mordedores como camuflaje, muchos se acercaban y el olor era como el de mil diablos, hasta era algo difícil respirar, no sabría decir como soportan vivir en ese lugar, rodeado de tanta peste. Afortunadamente, ningún mordedor había notado nuestra presencia, a excepción de unos pocos que eran fáciles de erradicar. Fernando estaba terminado de preparar el arma, cuando me pareció que uno de los hombres que resguardaban las rejas del club me había visto. Me di la vuelta tan rápido que casi caigo. Al parecer el guardia no me había visto, pero seguía sintiéndome muy estúpido. Cuando el RPG estaba listo para ser utilizado, Fernando se arrodilló en el piso, asegurando bien el cañón en su hombro. Me advirtió que haría mucho ruido, pero no me importaba, solo lo sostuve a él para que no se callera por la fuerza que causaría el disparo, y trate de no aturdirme. El explosivo salió disparado a una velocidad extrema, y aunque me quedé completamente aturdido, la cabeza me daba vueltas y casi no podía escuchar, vi cómo impactaba contra la reja y la perforaba hasta el punto que podría entrar un auto pequeño. En menos de diez segundos, las alarmas empezaron a sonar dentro del predio, y los mordedores empezaban a entrar al lugar, y entre la desesperación de todos los Matadores, Fernando cargó otra vez el RPG, y disparó contra los muros del lugar que anteriormente habían sido las gradas, y el impactó volvió a resonar en todo el lugar, aunque a mí ya no me había causado tanto aturdimiento. Aunque tuviésemos cinco municiones, cuando Fernando estaba por apretar el gatillo de la tercera, vimos cómo alguien nos apuntaba con un rifle de francotirador. Nos ocultamos atrás del tanque de agua, y escuchamos como la bala salió disparada, e impactó en el tanque, traspasándolo limpiamente y por esas suertes repentinas, paso entre los dos. Salimos disparados a las escaleras, tirando el bolso al piso, advirtiendo antes al resto de lo que estaba pasando. Era momento de actuar, disparando a los vivos y a los muertos, la guerra había empezado. Mientras una gran multitud de muertos iba entrando hacia adentro del fuerte de Los Matadores, ellos seguían sin sacarnos un ojo de encima, seguían firmes. En algunos momentos los tiradores se distraían con los mordedores, pero parecían estar armados hasta los dientes. Empezamos a escuchar explosiones, y vimos como de una forma increíblemente estúpida estaban tirando granadas a los mordedores, que de alguna forma, a la larga se estaban autodestruyendo su propio fuerte. No teníamos rifles de francotirador, pero teníamos suficientes armas para que todos llevasen dos, y en ese momento había pensado que eran más que suficientes. Cuando la mitad de los mordedores empezaron a irse al infierno, empezaron a dispararnos a nosotros, que para ese momento estábamos volviendo, y nos cazaron a mitad de camino. Automáticamente bajaron a cinco de mi gente, pensamos que iban a tardar mucho más, nos tomaron desprevenidos. Corrimos como un rayo hasta la esquina de la calle, y seguimos corriendo, con tanta fuerza que me estaban empezando a arder las rodillas. Alcanzamos las camionetas cuando empezaron a perseguirnos, venían unas veinte personas mínimo, no logre ver si Carlos estaba entre ellos. Las camionetas aceleraron a toda velocidad, dejando una bruma de tierra detrás de ellas, marcando una gran distancia con los Matadores, que estaban disparándonos con todo su armamento. Llegamos al CEDEC y bajamos todos de la forma más rápida posible, y volvimos a prepararnos. Todos estábamos esperándolos, porque sabíamos que vendrían, tarde o temprano. A ese momento ya eran la una de la tarde, y nos armamos de paciencia y valentía, antes de que viniese el caos. Sobre el tejado del gran edificio, había cinco personas, armadas con rifles de francotirador, que aunque no los hubiésemos llevado a la fortaleza de nuestros enemigos, los teníamos reservados y escondidos en el subsuelo del edificio. Sobre los muros que rodeaban al lugar, sobre las escaleras de emergencia, sobre la tierra, en todas partes había alguien cubriendo terreno, alguien aguardando a la llegada de lo inevitable. Esperamos dos horas, las tres de la tarde, y aún no llegaban. La gente empezaba a perder la paciencia, algunos decían que no iban a venir, pero yo sabía que si, por esa razón nadie abandonaba sus posiciones. Algunos dieron la idea de volver a atacarlos, considere mucho eso, pero ya era muy tarde, para ese momento no tendríamos ninguna ventaja, ya tendrían que haber acabado con la mayoría de los mordedores. Se hicieron las tres y media, y los primeros camiones empezaron a aparecer… Venían a toda velocidad desde el lugar donde se veía al club, cuando comenzaron a acercarse nosotros comenzamos a disparar, tratando de darle a la gente de las cuatro camionetas que arremetían contra nuestro fuerte. En un segundo, se escuchó un fuerte silbido, se vio una cola de humo blanco, y al otro, un estallido en el medio del muro que protegía al CEDEC. Por la explosión, varios hombres cayeron, no sabría contarlos. Se escuchó otro misil que salía disparado de una de las camionetas que llegaban a toda la velocidad, y esta vez dio justo en el medio de una de las zonas de los muros, saliendo disparadas partes de concreto, todos los que estaban abajo se resguardaron adentro del edificio, pero algunos n fueron lo suficiente veloces y terminaron heridos o muertos, no sabría decirlo ya que yo estaba en el techo de la construcción con otros doce hombres, y estábamos dándole a bastantes blancos, desde unos buenos doce metros de altura, era difícil que alguien pueda darnos… pero no imposible. Lanzaron cuatro misiles más desde sus camionetas, y con ellos destruyeron completamente una gran parte del muro que protegía a la construcción principal del CEDEC. Los que seguían en pie bajaron de las camionetas, eran por lo menos sesenta personas, todas armadas hasta los dientes, y luego el infierno se desató sobre nosotros. Mientras tratábamos de matar a los que podíamos, ellos fueron más inteligentes, no nos habíamos dado cuenta que entre el tiroteo no todos se habían quedado al frente del muro destruido, sino que también se habían dispersado, empezaron a pasar por otros lados del muro, sobrepasándolo por arriba o inventándose una manera de pasarlo. Estábamos tan concentrados en el frente, que cuando ni siquiera habíamos llegado a los veinte asesinados, nos rodearon, desde arriba empezamos a escuchar los tiroteos de abajo… fue una masacre… y yo fui el culpable de todo, el idiota que se le ocurrió. Empezamos a disparar desde el último piso, que tenía una abertura hacia abajo lo suficientemente grande para ver hacia abajo. Algunos se defendieron, lograron contratacar, pero la mayoría no lo logró. Los que lo lograron defenderse subieron con mi grupo arriba, hice un cuento rápido y éramos treinta, aproximadamente. Nos tenían acorralados, así que todos subimos al techo, donde se podía ver todo. Todos nos sentíamos ratas en una jaula, en nuestra propia casa. Nos distribuimos sin que siquiera diese la orden para tener un ojo en cada parte del techo, muchos empezaron a disparar, y recibieron contrataques desde abajo, pero nadie murió en ese momento. Escuchábamos como subían por las escaleras de metal, cada pisada era un sonido que me daba escalofríos, sabía lo que se estaba por venir, y estaba listo para eso. Todos apuntamos hacia la puerta desde donde se podía llegar al techo, y esperamos. Y juro haber podido haber escuchado a la puerta rechinar mientras se abría, y ver la primer arma, cuando escuché la bocina viniendo desde lo lejos, acercándose rápidamente, eran ustedes. Y al parecer Los Matadores se dieron cuenta de esto, por lo que uno de ellos comenzó a sonar su bocina también, y sentí como huían, como escapaban, como ratas. Sentía que la suerte estaba de mi favor otra vez, y comencé a disparar a todo lo que se movía mientras escapaban, y entre todos habremos matado a unos cuantos, pero no a todos. No sé qué habría pasado si ustedes no llegaban, que hubiese pasado si esa puerta se hubiese abierto, por qué se fueron cuando ustedes habían llegado, no eran una armada completa, eran solo diez personas… pero los espantaron, o eso quiero creer. Luego comenzó un pequeño tiroteo en el que nosotros participamos desde las alturas, mientras los últimos se subían a las camionetas. Y por último creo que ya saben lo que pasó, subieron hasta el techo, nos rescataron, y acá estamos”                                                                                                                                  -Y de ahora en adelante, seremos un grupo unido contra los que hicieron esto, porque nos apoyamos entre sí –dijo Martín después de escuchar atentamente su lo que Axel dijo- deberíamos haber ido antes, tal vez diez personas hacían la diferencia…                                                                                                       -Honestamente, no lo creo –dije serio como una roca, aguantando la tristeza, aferrando las lágrimas- pero ya no hay nada que hacer. Hoy en la tarde haremos el funeral simbólico a los veintidós caídos, aunque no estén los cuerpos, los honraremos.                                                                                                                             -Si, no hay ningún problema sobre eso- me dijo Martín mirándome directamente a los ojos, confirmándome que el realmente estaba de mi lado- todos los que deseen pueden estar en el funeral, de cualquiera de los dos grupos… mejor dicho, cualquiera del grupo. Mañana hablaremos sobre otras cuestiones, como nuestros problemas “exteriores” hoy es un día completamente de duelo. Nadie trabaja, nadie hace nada. En una extrema excepción, si muchos mordedores se amontonan sobre la reja, pero nada más.                         Estaba completamente de acuerdo con él, y ya no tenía nada más que objetar. Le dije en una voz más baja, que tendríamos que ver muchas cosas mañana, bastantes “cuestiones” y le agradecí por la ayuda. Me alejé del centro de la atención, aunque sabía que mucha gente me preguntaría, o me diría algo, y así fue, pero nunca me molestó esto, la verdad es que siempre me sentí bien en el liderazgo, con sus pros y sus contras incluidos. Y como había predicho, mucha gente me agradeció por las palabras, algunos me hicieron preguntas, y a todas respondí “lo hablaremos mañana”, lo único que quería hacer era preocuparme por cosas más importantes, como los heridos que seguían en grave estado, y esperar las próximas cinco horas hasta el funeral.

Fui hasta el lugar donde estaban todos los heridos, había unas cuantas personas recostadas en las camas, otras sentadas en las sillas, y otras más junto a esas personas, cuidándolas constantemente. Afortunadamente teníamos los recursos necesarios para ocuparnos, pero para la próxima vez que pasara algo así… Dios no lo permita, pero hay un dicho que siempre está en mi cabeza “Prepárate para lo peor y espera lo mejor”, así que ese es otro tema del que deberíamos hablar luego yo y Martín. Una de las personas que estaban recostadas era Marianela, una de las mujeres más valientes que había visto en mi vida, no se quedaba atrás con los hombres en la guerra, y era muy buena con las armas de fuego, cuando solo tenía veinte y tantos años. Se había llevado un buen recuerdo de la batalla, según Ariel, nuestro médico, tenía una fisura en el brazo izquierdo. Junto a ella estaba su hermana menor Lara y su padre Elián, él era otro buen soldado, que solo se había llevado unos cuantos raspones. Ellos eran muy cercanos a mí, eran una familia cercana a mi difunta esposa, y por esa misma razón me ocupe siempre que nunca les pasaría nada… demasiado grave, en estos días no se poco y nada con respecto a la seguridad. En una de las sillas, sentado de una forma bastante perezosa, estaba Luca, un chico que tampoco debía superar los treinta, y aunque fuese un poco holgazán, en los momentos que se debía actuar, no dudaba un segundo en hacer lo necesario. Junto a él en otra silla estaba su pareja Gabriela, era una chica muy amable y considerada, lo que le faltaba de guerrera lo tenía de buena persona y siempre ayudaba en todo lo que podía. Estas personas y muchas más estaban por fin a salvo de nuevo, estaba agradecido porque el grupo de Martín nos había recibido con los brazos abiertos, y aunque les hubiésemos dado recursos, no es fácil confiar en la gente en estos días. Nos dieron un lugar en donde vivir, y eso no es cualquier estupidez. Voy a estar eternamente agradecido con ellos, y espero encontrar una forma de pagarles el favor.

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